
Comprender esa travesía no es solo recordar lo que Jesús hizo, sino descubrir cómo la obra de Cristo redefine nuestra vida hoy: nuestra adoración, nuestras relaciones, nuestra esperanza, nuestra visión y nuestro propósito.
Jesús entró en Jerusalén y fue recibido con vítores, mantos y palmas (Juan 12:12-13). La multitud esperaba un rey que los liberara del dominio romano, pero no entendieron que Él venía a liberarles de la esclavitud del pecado.
La misma gente que gritó «¡Hosanna!» pocos días después gritó «¡Crucifícale!».
Su adoración era condicional: dependía de lo que esperaban recibir. Y muchas veces, la nuestra también lo es.
«Bendice, alma mía, al Señor, y bendiga todo mi ser Su santo nombre» — Salmos 103:1 (NBLA)
Adorar sin condiciones significa honrar a Dios por quien Él es, no solo por lo que nos da.
Pregúntate ¿tu adoración depende de tus circunstancias? Toma un momento para agradecer a Dios simplemente por quién es Él, no por lo que esperas de Él.
En la última cena, Jesús le dijo a Pedro:
«Yo he rogado por ti para que tu fe no falle. Y tú, cuando regreses, fortalece a tus hermanos» — Lucas 22:32 (NBLA)
Pedro falló… pero fue restaurado, y esa restauración lo hizo capaz de levantar a otros.
Dios no desperdicia nuestras caídas; las redime y las transforma en oportunidades para edificar.
«Enviamos a Timoteo… para fortalecerlos y alentarlos respecto a la fe de ustedes» — 1 Tesalonicenses 3:2 (NBLA)
Tus heridas pueden convertirse en testimonios que fortalezcan a otros. Ora por alguien que esté atravesando lo que tú ya superaste y acompáñalo en su proceso de fe.
En el Gólgota, junto a Jesús, dos ladrones colgaban en cruz. Uno se burló, el otro clamó: «Jesús, acuérdate de mí…». Jesús respondió:
«Hoy estarás conmigo en el paraíso» — Lucas 23:43 (NBLA)
Ese hombre no tenía obras que presentar, solo fe. Y la gracia de Dios lo alcanzó en su momento más oscuro.
«Porque por gracia ustedes han sido salvados por medio de la fe… no por obras» — Efesios 2:8-9 (NBLA)
No necesitas tener todo resuelto para acercarte a Dios. Recuerda que la salvación no depende de tu desempeño, sino de la gracia. Vive con la libertad de quien ya ha sido perdonado.
Camino a Emaús, dos discípulos caminaban tristes, sin reconocer que el Resucitado iba con ellos. Jesús les abrió las Escrituras y al partir el pan, sus ojos fueron abiertos (Lucas 24:31-32).
«Abre mis ojos, para que vea las maravillas de Tu ley» — Salmos 119:18 (NBLA)
La confusión y el dolor a veces nublan nuestra visión espiritual. Necesitamos que Jesús abra nuestros ojos para ver su obra en medio de la incertidumbre.
Toma tiempo esta semana para leer la Biblia no buscando respuestas rápidas, sino pidiéndole a Dios que te permita ver a Cristo en cada página y en cada momento de tu vida.
Antes de ascender, Jesús reunió a sus discípulos y les dio una misión:
«Vayan, pues, y hagan discípulos de todas las naciones… y Yo estoy con ustedes todos los días» — Mateo 28:19-20 (NBLA)
La travesía no termina en ser rescatados, sino en ser enviados. Fuimos alcanzados para alcanzar. Amados para amar. Restaurados para restaurar.
«Recibirán poder cuando el Espíritu Santo venga sobre ustedes, y serán mis testigos» — Hechos 1:8 (NBLA)
¿A quién puedes compartirle el mensaje de Jesús esta semana? Comienza con alguien cercano: un amigo, un compañero de trabajo o un familiar que necesite esperanza.
Esta travesía nos recuerda que el evangelio no es solo el punto de partida de la fe: es el camino que transforma cada área de nuestra vida.
La cruz no es el final de la historia, sino el inicio de una vida nueva.
El mismo Jesús que nos rescató, hoy nos llama a vivir para su gloria… y a llevar su mensaje al mundo.
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