Así como una semilla necesita tierra fértil, agua y luz para convertirse en un árbol frondoso, nuestra vida espiritual necesita cuidado diario, conexión con Dios y disposición al cambio.
La madurez espiritual no se trata sólo de cuántos años llevamos en la fe, cuántos versículos conocemos o cuántas actividades realizamos. Se trata de ser cada vez más parecidos a Cristo en lo que pensamos, sentimos y hacemos.
En Efesios 4:15, Pablo exhorta a los creyentes a crecer “en todos los aspectos hacia Cristo”. Esta expresión abarca toda nuestra vida: desde nuestras convicciones internas hasta nuestras acciones externas.
Madurar espiritualmente es dejar atrás lo superficial para abrazar lo profundo; es pasar de la emoción a la convicción, del entusiasmo momentáneo a la constancia diaria. Es caminar con Jesús incluso cuando no es fácil, y buscar su voluntad por encima de la nuestra.
La madurez se evidencia en frutos visibles como la paciencia, la humildad, la generosidad, el dominio propio y la perseverancia. Pero también se nota en lo invisible: en la manera en que oramos, tomamos decisiones, enfrentamos conflictos o servimos a otros.
La Biblia habla del crecimiento espiritual como un proceso integral. No se trata de una sola dimensión, sino de avanzar en distintas áreas de nuestra vida, todas conectadas entre sí:
“Para que vivan de manera digna del Señor, agradándole en todo. Esto implica dar fruto en toda buena obra, crecer en el conocimiento de Dios.” – Colosenses 1:10
Conocer a Dios no es solo saber datos sobre Él. Es tener una relación íntima, viva y creciente. Esto implica leer Su Palabra, meditar en ella y buscar comprender Su carácter.
“Su fe crece cada vez más, y en cada uno de ustedes sigue abundando el amor hacia los otros.” – 2 Tesalonicenses 1:3
La fe madura es aquella que permanece firme en medio de las pruebas, que confía en Dios aun cuando las respuestas no llegan rápido. Una fe que se alimenta cada día y que produce esperanza.
“Que el Señor los haga crecer para que se amen más y más entre ustedes y hacia todos.” – 1 Tesalonicenses 3:12
El amor no es una emoción ocasional, sino una decisión constante. Amar al prójimo, perdonar, servir, escuchar y acompañar son expresiones de una fe que ha crecido y ha sido moldeada por el Espíritu.
“En él todo el edificio, bien armado, se va levantando para llegar a ser un templo santo en el Señor.” – Efesios 2:21
La madurez espiritual también se refleja en cómo nos relacionamos dentro del cuerpo de Cristo. Un corazón maduro no siembra división, sino que busca la unidad, la paz y la edificación mutua.
“Jesús crecía en sabiduría, en estatura y en el favor de Dios y de toda la gente.” – Lucas 2:52
Madurar no es solo algo espiritual. También implica tomar buenas decisiones, ser responsables, desarrollar hábitos saludables y vivir con integridad frente a Dios y los demás.
“Antes bien, crezcan en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo.” – 2 Pedro 3:18
Crecer en la gracia es entender más profundamente el perdón que hemos recibido, y a su vez, extender ese perdón a otros. Es vivir conscientes de que todo lo que tenemos proviene de la misericordia de Dios.
Hay actitudes y prácticas que pueden frenar nuestro desarrollo espiritual, como:
Reconocer estos obstáculos es el primer paso para superarlos. Y con la ayuda del Espíritu Santo, es posible avanzar.
Aquí tienes algunos pasos prácticos para crecer cada día:
Tómate un momento para reflexionar:
Dios te llama a una vida plena, firme, profunda. El crecimiento espiritual no es solo para unos pocos: es el llamado para todos los que siguen a Jesús.
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