Desde los tiempos del Antiguo Testamento hasta las cartas del Nuevo Testamento, vemos cómo Dios levanta y forma líderes para guiar, enseñar, cuidar y edificar a Su pueblo.
Hoy, más que nunca, necesitamos líderes maduros, comprometidos y preparados para enfrentar los desafíos espirituales, culturales y relacionales del siglo XXI. La formación de nuevos líderes no es una opción ni un lujo. Es una responsabilidad urgente para toda comunidad de fe que desea ser fiel al llamado de Dios y sostenible en el tiempo.
Proverbios 11:14 dice:
"Donde no hay dirección sabia, caerá el pueblo; mas en la multitud de consejeros hay seguridad."
Una iglesia puede tener buena música, programas efectivos y recursos tecnológicos, pero si no cuenta con líderes espiritualmente saludables, no tendrá dirección ni solidez. Los líderes deben mostrar el carácter de Cristo. Son quienes, de cierta forma, cuidan a las personas, enseñan la verdad y toman decisiones clave que involucran a toda la comunidad.
Pablo le escribió a Timoteo:
"Lo que has oído de mí ante muchos testigos, esto encarga a hombres fieles que sean idóneos para enseñar también a otros." – 2 Timoteo 2:2
El liderazgo cristiano no es estático. Es una carrera de relevo. Cada generación de líderes tiene la responsabilidad de formar a la próxima, compartiendo no solo conocimientos, sino el corazón del ministerio.
Muchas iglesias enfrentan crisis cuando sus líderes principales se retiran o disminuyen su actividad y no hay una nueva generación lista para asumir el llamado.
En un mundo que valora el poder, el reconocimiento y el control, Jesús enseñó un modelo completamente distinto:
"El que quiera hacerse grande entre ustedes será su servidor." – Mateo 20:26
Formar líderes en la iglesia no significa solo enseñarles a organizar eventos o dirigir reuniones. Significa ayudarles a desarrollar un corazón como el de Cristo: humilde, compasivo, dispuesto a servir y lleno del Espíritu Santo.
Vivimos en tiempos de cambio constante. La cultura, la tecnología, las relaciones y las expectativas de las personas evolucionan rápidamente. Los líderes de la iglesia enfrentan preguntas, desafíos y un entorno cada vez más complejo.
El llamado sigue siendo el mismo: hacer discípulos, predicar el evangelio, edificar la iglesia. Pero el contexto requiere sabiduría, flexibilidad y formación constante para cumplir esa misión de manera relevante y efectiva.
"Cada uno ponga al servicio de los demás el don que haya recibido, como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios." – 1 Pedro 4:10
El liderazgo no está reservado solo para algunos. Dios ha repartido dones en toda la iglesia, y muchos miembros están llamados a liderar en diferentes áreas: enseñanza, administración, discipulado, evangelismo, hospitalidad, entre otros.
El liderazgo no se vive en soledad. Los líderes también necesitan ser guiados, acompañados y discipulados. Formarlos es integrarlos en una comunidad de aprendizaje y apoyo donde puedan compartir cargas, recibir consejos y mantenerse firmes en la fe.
El llamado de Jesús fue claro:
"Vayan y hagan discípulos de todas las naciones…" – Mateo 28:19
Discipular incluye enseñar, guiar, corregir, empoderar y acompañar. Preparar líderes es una extensión natural de este mandato. No se trata de crear estructuras, sino de multiplicar la vida de Cristo en otros.
Una visión sana del liderazgo en la iglesia incluye el autoliderazgo. No es necesario tener un cargo para ser líder: todo creyente está llamado a dar ejemplo, a influir en su entorno y a ser un discípulo que ayuda a otros.
Liderar comienza en lo cotidiano: en cómo hablamos, cómo perdonamos, cómo servimos y cómo enfrentamos las dificultades. Cuando enseñamos a nuestros hijos, discipulamos a un amigo, animamos a un hermano en la fe o guiamos con el ejemplo, estamos ejerciendo liderazgo.
Y esta formación no ocurre por sí sola. Requiere visión, recursos, tiempo, acompañamiento y compromiso.
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